Salento |
A las seis de
la mañana ya estaba despierto. Apenas había dormido cuatro horas. Sin embargo
mi cuerpo y mente estaban totalmente despejados, ausentes de cansancio y
predispuestos a atiborrarse de paisajes, palabras, sonrisas, de aire y aroma de
café.
Salí al balcón.
El día había amanecido luminoso, con alguna que otra nube y no demasiado
caluroso. Frente a mis ojos las montañas del Quindío cerraban el horizonte
mostrando toda la majestuosidad de la Cordillera Central de los Andes. Girando
la cabeza a la derecha, al final de la calle, la torre de la iglesia de Nuestra
Señora del Carmen se erguía desafiante, disimulando las cicatrices de
terremotos e incendios del pasado que obligaron a su reconstrucción. Mirando
hacia abajo, en una y otra dirección los primeros transeúntes del día caminaban
con ese paso sereno y sabio de los ambientes rurales que reconforta y advierte sobre
los peligros de la prisa mala: sobre lo absurdo de desafiar y querer ganar una
carrera al tiempo.
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Salento |
Salento es
considerado el municipio más antiguo del Quindío, uno de los tres departamentos
que conforma, junto a Risaralda y Caldas, el denominado Eje Cafetero. Su fundación data de mediados del siglo XIX y
es el resultado de varias circunstancias: un camino, un decreto, un penal, y
diferentes inundaciones.
Quindío |
Antes
de la conquista española, los indígenas de uno y otro lado de la cordillera
utilizaban un camino que atravesaba las montañas del Quindío para comerciar que
se conocía como Camino de los Indios. Tras la conquista, a solicitud de los
pobladores de Cartago y otros asentamientos se amplió y mejoró para evitar el
paso por Huila y Neiva en la larga e insegura vía que comunicaba Popayán,- una
de las ciudades más importantes durante el virreinato de Nueva Granada y
emplazamiento estratégico para las comunicaciones con el virreinato de Perú -
con Santa Fé de Bogota. En esta época, como ocurrió con otras vías en la
América española ya se le llamaba Camino Real debido a que su mantenimiento,
administración y vigilancia se realizaba por delegación del rey.
Tras
la guerra de la independencia pasó a denominarse Camino Nacional.
Posteriormente Simón Bolivar, mediante un decreto estableció la apertura del
Camino del Quindío, creándose dos poblaciones, Boquía y Valdecina como bases de
aprovisionamiento. Años después el General Pedro Alcántara Herrán, como
presidente de la República facilitó la colonización de las tierras ofreciendo
beneficios a los colonos quienes fueron llegando gradualmente, principalmente
de la región de Antioquia. Para abrir y completar el camino se utilizaron
reclusos del penal de Boquía.
Sucesivas
inundaciones del río llevaron a los colonos a trasladarse a lo alto de la
colina, a Barcinales que posteriormente mudó el nombre por el de Salento , en
homenaje a la ciudad italiana.
Y allí me
encontraba, dispuesto a revivir la historia, a trasladarme con ayuda de la
mirada y la imaginación a todos esos siglos: a sentirme conquistador o indio, soldado
español o libertador, arriero o recluso, colono o un don nadie que pasó por la
vida sin pena ni gloria, pero también entregado a vivir el momento, excluyendo
de mi mente la distracción que supone en ocasiones pensar en el futuro:
dispuesto a disfrutar de todo y de mí.
Bajé a
desayunar y me encontré con Luis, el otro propietario del hostal, un español
que un día decidió junto a Enrique, abandonar España e iniciar una nueva etapa
que giraría en torno al hostal Ciudad de Segorbe, cuyo nombre es un homenaje a
la tierra que le vio crecer.
- Tu debes ser el español – me dijo a modo de saludo.
Asentí.
Tras las
presentaciones, dejé de ser “el español” para ser Fernando. Es decir, dejé de
ser algo más que una referencia o un cliente.
Dada la
temprana hora, el resto de los huéspedes aún dormían. Escribí y firmé en uno de
esos enormes libros de registro que ya sólo se encuentran en pequeños hoteles y
hostales: siempre me gustaron estos libros que un día serán nostalgias de
trotamundos, de viajeros que peregrinan por el mundo transitando en continua
búsqueda sin plantearse alcanzar un objetivo, una meta; libros que evocan esa hostelería
cercana y personal en la que el servicio se llamaba hospitalidad; libros en los
que uno, de alguna manera, deja su huella y en los que mientras se rellenan, se
curiosea observando los diferentes trazos y nacionalidades de los huéspedes que
le precedieron; libros que sugieren que las diferencias de los hombres siempre
encuentran un lugar donde entenderse.
Mientras
desayunaba un café, una tostada y un buen palto de fruta, estuvimos conversando
un buen rato. Me puso al corriente sobre el pueblo, sobre qué hacer y visitar. Luego
se incorporó Enrique a la charla y entre los dos me ayudaron a organizar mi
estancia en Salento proporcionándome todo tipo de información sobre horarios,
transportes, precios, restaurantes y posibilidades. Incluso me entregaron dos
pequeños mapas de orientación y un plano del pueblo hecho por ellos que me
fueron razonablemente útiles para moverme y desechar las recomendaciones de una
guía que, a partir de ese momento, abrí en contadas ocasiones durante todo el
viaje.
Las guías de
viaje pueden llegar a condicionar el viaje de tal manera, que aquello por lo
que merece la pena viajar (la curiosidad, la sorpresa, el descubrimiento…) quede
despojado de la magia de sentir, anulando o limitando las oportunidades de
experimentar, la libertad de elección e incluso la capacidad de juzgar
convirtiéndote en un mero ejecutor de recomendaciones, en un lector de
instrucciones.
Enrique y Luis
comentaban las posibilidades con pasión pero sin presión, como si cualquiera de
las alternativas fuese la correcta y no hubiese lugar para el error, como
sugiriendo que hiciese lo que hiciese lo que realmente deseaban era que lo
pasase bien.
No quise entretenerles
mucho tiempo más: el resto de los huéspedes iban llegando para el desayuno y
también reclamaban su atención.
Quedaba un largo día por delante. Más de diez kilómetros de caminata
con una parada en una finca cafetera y regreso desde Boquía en una buseta para
continuar con la visita de Salento. (continuará)
Diario de viaje Soulombia